De poemas y cuentos

"¿Qué quieres ser de mayor?", me preguntaban los seres altos de mi infancia. Y desde que recuerdo, siempre contestaba, "Escritora". Escueta, sí, pero ellos sólo querían una respuesta acerca de mi futura profesión, bien pagada, a ser posible. No creo que una perotata sobre la felicidad, la amistad o el fluirse con la vida les hubiera satisfecho, y, de todos modos, a los cinco años no estaba capacitada para dar grandes explicaciones filosóficas. Me encantaban las historias inventadas en la antesala del sueño, o junto a la hoguera que iluminaba el salón. A falta de televisión, la imaginación crecía como la mala hierba en aquellos campos secos.
Y es que siendo una ibicenca medio suiza (que ahora vive acogida en Barcelona), crecí en una casa de campo hippy sin luz ni agua corriente. La del pozo estaba helada. O caliente en el barreño o chapuzón en la cala vecina. Fuimos nómadas en 20 km a la redonda y finalmente recalamos en San Rafael. ¿Quiénes? Cinco hermanas, dos padres, una madrastra, una madre, perros, gatos... Esos años de infancia dieron para mucha inspiración y cierta manera particular de respirar la vida.
Luego llegaron las grandes aspiraciones, las que parecían satisfacer más al que preguntaba. Y quise ser médico, pero me daban asco las vísceras y la sangre. Psicóloga, asistente social, y unas cuantas cosas más. Y escritora, en el fondo, escritora. Así que acabé estudiando periodismo. Y escribiendo mucho de nada y poco de lo que me interesaba. A ratos en la vida, porque ésta es muy ajetreada como pasarse el día encerrado.
Salí de la isla para ir a estudiar en la universidad en Barcelona. Pasaron años de pisos compartidos, estudios, los primeros reportajes... París me enamoró para siempre durante el Erasmus. Se sucedieron multitud de trabajos. Entre medias probé suerte en Suiza, ¡chaquetas grises en agosto, no gracias! Vuelta a Barcelona: novio pero sin trabajo, trabajo pero sin novio... Los años pasaban. Se desplomó el techo del salón mientras veía en el cine “La vida es un milagro”. Seguí peregrinando. Y finalmente, tachán: Andrés, mi actual marido -¡qué fuerte, qué fuerte, la Celia se ha casado!- y nuestros gemelos Pol e Izan. La vida sigue... Con añoranza de los cielos azules, el olor a pino y el mar de mi isla, de sus inviernos tranquilos y los almendros en flor. Pero feliz, muy feliz. Y escribiendo, lo que puedo. Y en todo caso, siempre optimista. La vida sabe mejor con una sonrisa, ¡probadlo!



Susurros II

01 julio 2005, Barcelona

Voy dejando susurros por las esquinas
por si los encuentras en tu deambular
por mi cuerpo.
Por si, perdido en mis rincones,
la brisa de mis suspiros
te alcanza la confusión.

Como un rastro, esparzo mis susurros
entre tus silencios,
hacia tus distancias,
junto a tus dudas, que nadan ahogándose
entre mis mares y el río en que divagas.


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